Me siento invadida.
Invadida en mi mente y en mi cuerpo.
Los sueños se me llenan de personas que se rehúsan a salir de mis espacios.
Lo mismo una sombra me atemoriza que una vívida imagen se sienta en mi cama y no se va.
En mis sueños les empujó a salir de mi recamara pero casi siempre me quedo sin voz, me quedo sin fuerzas y me quedo disminuida.
Al despertar, casi siempre exaltada, siento que ya me es casi imposible pelear, despierto con menos fuerza cada vez y con más cansancio cada día.
Me duelen las piernas y los pies cómo si hubiera caminado un desierto.
Mis ojos arden como dos soles que nunca se apagaron.
Mis dedos se sienten duros como vigas.
Y mi paciencia ya no existe.
Me siento invadida.
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