Lo bueno de escribir es que siempre sale la emoción. Lo malo de escribir es que no le llega a quien quieres porque el mail está en desuso y las cartas murieron en mensajes de audio de WhatsApp que nadie escucha pero oye.
Durante 30 años he levantado la voz y hacerlo desde este cuerpo, de mujer (que parece que se sabe defender) es cansadísimo.
Para decir que no compartes conmigo el pensamiento me dices que exagero y para explicarme tus actos denostas los míos. Si levanto la voz y digo lo que otras aun no pueden “estoy muy enojada” pero si no lo hago me quiero empastillar con dos cajas de actron.
Me dices que me crees, que me acompañas y que me ayudas a cuidarnos en equipo, pero si te digo cómo aliarnos te sientes insultado por las medidas que te pido.
Yo hablo aquí de lo mucho que me incomoda estar en un mundo con ellOs para poder regresar al mundo de todAs lAs personAs.
Pero cuando estoy escuchando qué hay que decir lo que no hay que callar, hablo de hechos tangibles y tú me contestas que mi acción de cuidarme es faltarle al respeto a alguien más: pones ejemplos de mi, pero me pides que no lo tome personal. Somos la incongruencia y la locura.
Me dices que me vas a apoyar, pero solo como tú quieres apoyarme y yo ¿debería agradecer esa forma solo porque estás haciendo lo mínimo decente?
Es muy complicado creerles cuando dicen que quieren un mundo distinto cuestionando afuera, poniendo palabras en lugares y creyendo que eso es suficiente.
Hoy solo entendí que de lo que más me quejo es lo que más tengo y eso, duele muchísimo.

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