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Los dos materiales que forman mi canto...


La voz en off decía que "quien tiene una abuela tiene un tesoro". Más que un tesoro, tiene la lumbre de las almas. 


No sé qué pasa con la relación entre personas ancianas y pequeñas, tal vez que ambas están tan cerca de la muerte que se encuentran con los corazones más unidos.

Mientras veía la cara de Herminia y escuchaba como se despedía de sus nietos, pude sentir las manos de mi abue Cris acariciando mis manos. Así, en silencio, como a veces veíamos la tele juntas. También estaba mi abue Lulú, ella sí que se me figuraba en la actriz, tan blanca, con sus hilos color de plata.

En los últimos meses las extraño más, es que tal vez me estoy convirtiendo en la mujer que ellas veían en mí, lo que podía ser. Espero que sí. Lo que sé es que vivo las cosas que ambas habrían deseado.

Fui a la escuela a aprender, mucho, no por un titulo, sino por saber. Con eso honré a mi abue Lulú. A ella que no la dejaron estudiar mucho me supo confiar nuestro secreto: "vive como tú quieras, tú que si puedes y eres libre". Es de esas palabras en silencio, las que no le cuentas a nadie, que no son visibles, porque se dijeron una vez en el momento adecuado. Ella se lo dijo a Montse adolescente y supo grabármelo. Éramos muy parecidas, voluntariosas, pero con fe, con ganas de vivir en paz.

De mi abuelita Cris las lecciones son mas constantes: la paciencia interminable, primero con su familia, luego con mi abuelo, con sus ocho hijas y hasta con la vecina que cantaba "La Martina"; esa lección sí que me cuesta, pero es menos compleja cuando la ejecuto con ella en la mente. Su sonrisa que le ocultaba los ojos, sus expresiones inconclusas y la incansable búsqueda de enseñarme cómo cuidar de mí. 

Yo sin ellas, no sé qué sería. Son, realmente, una gran parte de mí y hoy me encantaría poder abrazarlas. Tomarlas de las manos y acurrucarme en su lecho. Ahí sí que estuve cuidada y protegida. 

Tenían unas ideas antiguas que no temieron en cambiar con mis platicas y yo, ahora, entiendo un poco más que me escuchaban con "prudencia", un concepto que se esmeraron en hacerme entender.

Es que yo siempre fui así, terremoto, huracán, risotada, tormenta, violenta, imparable. Pero el agua necesita un cause para poder dar vida sin inundar. La energía desbordada desvanece los esfuerzos y vaya que al morir me dejaron unas varillas solidas que cada vez sostienen más este amasijo de emociones y movimientos convulsos.

A veces sólo necesito sentarme con ellas a tomar un café, sin hablar, escuchando musica o viendo la tele. A lo mejor escucharlas contarme cualquier cosa, lo primero que recordaban. Tal vez ya viví mucho porque las escuche mucho más. No todo lo que he experimentado lo vivió mi cuerpo, algunas cosas son de ellas y yo tuve la fortuna de ser vasija.

Sabia como hacerlas enojar, es fácil, lo mismo que me enoja las enojaba a ellas: que las mujeres se descuiden, que vayamos en ultimo lugar. Esa lección tambien me cuesta. Yo no sé ir al medico a atenderme, pero cuando voy camino con ellas; no se arreglarme el pelo o las uñas, pero cuando me siento en el salón, me arregla la cultora de belleza.

La vida sin las abuelas duele un poquito más, sobre todo si, como yo,  creciste sabiendo que ellas siempre estarían ahí. Que eran lo único cierto en un mundo que daba miedo. Ellas nunca me aterrorizaron, siempre fueron mi lugar. Hasta éramos el mismo signo zodiacal...

Las extraño mucho, quisiera contarles lo que hago en mis días y que me pudieran orientar. Es que me cuesta mucho escuchar las palabras de adultas que no sean ustedes. Como que nosotras teníamos nuestro idioma y yo sabia escucharlo y ustedes descifrarlo.

Sabían que tenia dolores en el alma, pero no tuve nunca que decírselos, tal vez también los compartíamos. 

Quisiera, una tarde cualquiera, con la luz del atardecer, esos rayos dorados, tenerlas sentadas en la mesa de la casa, tomando un café, compartiendo uno de esos panes rarísimos que les gustaban, consintiendo mis descuidos y con ternura guiándolos a otro sitio. Contarles lo difícil que es ser mujer adulta y sola, pero que también les agradezco su lucha por la vida porque sin ese terreno emparejado que me dejaron yo no podría vivir como lo hago: con libertad.

Las dos me enseñaron a dios. Era el mismo. Ese que sólo se llama dios porque es mas fácil tener una palabra que describir todo lo que significa. Me enseñaron que siempre estaría para mí, sin juzgarme, pero que yo tenia que dar el primer paso.

Sé que se preocuparon, que sabían de mis problemas con las sustancias. Claro que lo sabían, vivieron con dos señores a los que también me parezco mucho, pero para ellos es otra carta. Pero nunca me riñeron por ser adicta. Tuvieron paciencia y ya no les toco ver que logre no consumir un día a la vez.

Creo que están contentas de verme, yo, al menos, estoy feliz de tenerlas en mi alma, para siempre.

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