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Dos despedidas


Tal vez son tiempos de despedidas. 

Las pastillas se balancearon en mi mano. 1, 2, 3, 15, 22, 25.

En horas en las que mis coetáneos esperan la llegada del 27/06, como si el Armageddon fuera a ocurrir realmente, en mi mente los demonios cuentan como salidos de la boca de Emily Rose. 

“Ya solo tómalas”. 1, 2, 7, 13, 24 y 25.

La revolución se agolpó en las horas vagas de mi mente. No supe cómo. Se acomodó entre la tristeza de extrañar a papá y las palabras que me hieren. 

“Ya no las cuentes. Ya no, son suficientes y, si no, están las demás”. 

“Una compañera”, “fueron días difíciles”. En otro espacio al mismo tiempo algunas se despidieron. Yo ya no. Perdí la hora del viaje.

La pared se resquebraja. 
Dejo de contar. Ya se cuántas y cuáles son.

Dos despedidas. No las conozco, pero me duelen mis hermanas. 

“No sé qué decir”.

En verdad ya no sé. Hace como 11 días se me acabaron las palabras. Tal vez fueron más de 20 días. Pinche mes culero. 

Todavía hay algo. Hoy me reí, hoy me enoje. Son dos, hace 4 días era cero. Algo queda, aún. 

La valentía de ellas, pese a los obstáculos, me abrasa. No “debería” abrazarlo, pero dos despedidas en menos de 24 horas... Algo me da a pensar que es tiempo de definiciones. 

En la política el mundo toma bandos. Ya son 2 años del triunfo y de la putiza de más de 13 horas. Las calles bailaban esa noche. El júbilo embargó las calles y hasta creí un poco en la posibilidad. 

En la economía las cifras no fallan: nos estamos yendo al hoyo sin fondo. Todo mundo, menos China. 

Los deportes, machistas. La “inclusión” aún desigual.

Los mundos se definen. 

“Con pastillas”. Y se lo cargué  también a ella. 

No se explicarlo. Desde el viernes mi cuerpo se me separó.  

“Chicuarotes, no ma, tiene mucho que quiero verla. Ya es tarde, equis, mañana es sábado”. 

Hasta la mitad. Tengo sueño. Esta bien cabrón la forma en que los lugares de la pobreza se me parecen a los espacios visitados. Y eso que soy la fresa. 

Vacilo entre mis pasos. Ya no reconozco en donde estoy parada. Es la misma cocina de hace 17 años. No, yo no sé dónde estoy. 
Tranquila, respira. No, yo no conozco este lugar. Ve a tu cama. No sé dónde carajos estoy. Una cama. La cama. Un reflejo en la pared. No. No estoy aquí. No se donde es aquí. 
Respira, trata de dormir. Cedo. 
Las primeras horas. ¿Donde estoy? Poco a poco empiezo a conocer.

“Estabas dormida”, “fue un sueño”. 
Sí, tal vez es mejor pensar así. 

48 horas de oscuridad. ¿Donde está papá? El mezcal no me ayuda, pero me suelta el llanto. Y después es llanto sin sentido. 

Dos segundos cerré los ojos y llegué a este día en el que, aunque tengo sueño, me tome la burpropina y la quetiapina con una chela porque... ¿a quién le importa?

Mi narcisismo es una mierda. O yo soy bien mierda. 

Dos despedidas y yo solo pienso en que no fue la mía. 


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