Me tardé mucho en escribirte. No es que no quisiera, te juro que
durante estos últimos meses nada me ha apetecido más que hacerlo,
aunque sé que ya no me vas a leer.
Lesvy, te nos arrebataron la mañana del día más terrible que ha
vivido tu madre, un día que para mi fue también devastador.
Mientras me enteraba de la atrocidad que te hicieron leía un mensaje
que me aniquiló. Me sentí doblemente vulnerable, habían asesinado
a una compañera en la máxima casa de estudios, en tu casa, mi casa,
el hogar de muchxs de nosotrxs.
No pude más y pedí auxilio, los brazos a la distancia de mi Ana me
protegieron. Escucharon mi miedo, porque el lobo había vuelto, sopló
a mi casa, por fortuna la mía (ya) era de madera, pero la tuya no
Lesvy, la tuya la convirtieron en paja y el lobo sopló y se la
llevó.
Al caminar a casa la mañana del 3 de mayo solté una broma “¿cómo
que es Día de la Santa Cruz y hay albañiles trabajando? ¡Ya no hay
moral!” Y vaya que tenía razón, lo rectifiqué al escuchar la
entrevista al candidato del PRI a la gubernatura del estado de
México.
Aquella tarde desperté temblando. La ansiedad no mejoró con el
sueño y la comida. Después de más de 10 horas no había podido
borrar el mensaje, estaba ahí esperando algo, una respuesta, una
llamada, algo.
Lesvy yo creo que luchaste por tu vida, todas lo hacemos y por eso
yo luché una vez más contra los malos y de nuevo le dije que se
largara de mi vida.
Seguramente repetiste incesantemente que te dejara en paz, yo recordé
que la madrugada más horrible de mi vida dije que no en más de 15
ocasiones. Pero tu y yo sabemos que eso no basta.
“Jaja, ok” me contestó. Como sabiendo que “me hacía la
difícil” una vez más y que podría volver por más cuando
quisiera.
Por la noche leí la protesta que se levantó en tu nombre, mientras
yo me acongojaba las compañeras me recordaron que las redes sirven.
Que tejemos entre nosotras cuando quieren legitimar la violencia
culpándonos por ser libres, por ser autónomas.
Un grupo de morras se atrevió a decir, desde el horror de la
terrible realidad que nos acecha, que no estaba bien que la
“justicia” hablara mal de ti y no buscara a tu agresor.
#SiMeMatan así de contundente.
Me atreví y pensé qué sería lo que dirían de mi, lo que le
contarían a mi mamá, a mi papá, a mi hermano y a mi abuelo si
algún idiota acabara con mi vida. Sentí miedo y dolor al leer que
mis compañeras también sabían que se dirían cosas de ellas, pero
en realidad lo más terrible de todo es que quienes lo escribimos
sabíamos que no estamos exentas.
Con este doloroso ejercicio logré deshacerme de “la temblorina”
pero las calles no se sentían igual. De alguna manera, no sé si por
la lluvia o porque la ciudad sabía que le robaron a otra hija, los
caminos se sentían tristes, desolados. No era una noche normal, yo
no me sentía normal. Quería gritar que nos faltas, que nos faltan
muchísimas, muchísimos, muchísimxs. Quería escupirle en la cara
al idiota y hacerle saber que me partió.
Al día siguiente corrí al encuentro con las “feministas
radicales” que rayamos paredes (sí, Fuente ovejuna señor) con tu
nombre para que no te olviden, para que no olviden que la institución
es asesina, que sus formas no resuelven y que la justicia ordinaria
no nos basta. Conocí a “Las perdidas” colectiva que formamos al
encontrarnos por casualidad muy cerca del sitio donde te dejó quien
te asesinó.
Escuché a tu madre llorar y agradecernos. Señora, no tiene nada que
agradecer, estamos aquí porque creemos que Lesvy era todos sus
sueños y no lo que la PGJ dice de ella. Era libertad y felicidad.
Entre morras siempre me siento protegida. Entre feministas nunca me
he sentido atacada.
Por la tarde estuve con mis hermanas, nos reímos, reímos del dolor,
desde el dolor, reímos para recordarnos que cuando se llevan la vida
de alguien la convierten en semilla.
Esta tierra ya tiene muchas semillas, ya debemos parar.
Sigo teniendo miedo, pero sigo caminando. Te escribo para no olvidar,
te escribo para que no te olviden.

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