Los flancos, definidos, bien apostados en el frente.
Los territorios, ocupados por la fuerza, se levantan en armas:
digan lo que digan las mujeres estamos en guerra.
Hace muchos meses un grupo de mujeres en política empezó la revuelta. Ellas construyeron su ejército y denunciaron, con sus palabras, a hombres poderosos que las habían agredido. Hombres de partido.
La lucha pareció infructuosa. Una plaga que asola el mundo les quitó de la atención. La organización continuó porque otra pandemia asomó las manos en el encierro: las batallas diarias que se acentuaron en las paredes de la intimidad.
Entonces vino el revés.
La traición y la fracción.
El avance que se logró, para quitar la ocupación de los territorios/cuerpo, ensombreció en pocas semanas. Designaron a un violador (Félix Salgado Macedonio) como candidato para gobernar un estado de riqueza: Guerrero.
La otra batalla.
Por años me construí una muralla. En menos tiempo empecé a derribarla y los insumos que la alimentaban empezaron a agotarse: sexo desconsiderado, relaciones peligrosas, drogas, alcohol.
Las eliminé de un tajo, un día a la vez.
Una agresión callejera me dejó inmóvil. Por semanas el mundo pandémico parecía un lugar más seguro. Pero ya había vuelto al campo de batalla.
No cargué el fusil. El despliegue armamentístico se descompensó y los lanzagranadas se desactivaron.
Me agarró mal parada, a diferencia del flanco que dio batalla.
La diferencia: dejé de organizarme. Me creí indestructible.
La soberbia que da la paz.
En el primer territorio lograron contener los avances. Se le quitó, momentáneamente, de la encomienda. En el mío otra agresión.
Mientras ellas levantaban la voz y emprendieron una batalla física, con campañas mediáticas y hasta con bombas molotov, yo me derretí en una espiral de dolor.
Baje las armas a manera de rendición, pero antes me llevé a uno por delante: a mi territorio no pasas más.
Giré los rifles hacia mi y con una cuerda conectada a los gatillos estuve a punto de soltarla.
En la otra batalla se decidía sobre el futuro de la elección.
Y vino el letargo de domingo que desconoce de territorios y husos.
A mi territorio le impactó inundando las trincheras con tantas lágrimas que parecían inservibles. A los otros territorios los acompañó a ponerle pausa al descontrol.
Las batallas de la guerra, que es el patriarcado, siempre se parecen.
En algunas se cambian cosas en el mundo para evitar este modelo. En otras es una la que cambia y aprende que es sólo su responsabilidad la forma en que actúa en adelante.
Pero en todas se avanza, un poquito más, a derrocarlo.
Se va a caer.
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