Foto Twitter: @JuanYvesPalomar
“Sábado Distrito Federal”, o CDMX, 14:00 horas. El corazón
de esta ciudad se encontraba en los albores de una convulsión rebelde que
esperaba presenciar uno de los más grandes espectáculos video-musicales de esta
época, Roger Waters, bajista de la banda de rock Pink Floyd. Las filas de
personas que esperaban ingresar a la plancha del Zócalo se alargaban por las
calles aledañas a este sitio.
Me dirigí a la línea que ingresaría por 20 de noviembre,
mejor conocida en estas épocas “patrias” como “donde está la campanota”, el
final de esta se encontraba en la arteria paralela, Pino Suarez. Como pude me
colé entre las personas formadas que se detenían en cada entronque
perpendicular para permitir el paso de automóviles y transeúntes que aún
desconocían la magnitud del evento que el primer cuadro de la ciudad
presenciaría.
En la calle República de Uruguay encontré, entre la multitud
alineada una voz de la infancia, caminamos por largas calles como parte de una
cadena tan interminable como las de producción fordista. Entre risas y ánimos
en República del Salvador el metrobús se interpuso en el perfecto desorden ordenado. (Llamadas
por celular, cigarros y reclamos políticos) Identifiqué a una amiga más en la
calle Mesones, nos colamos y con nosotros un joven de corazón encontró un atisbo
de esperanza para ingresar.
(Presos políticos,
incomprensión) ¿Estará cumpliendo el rock su función? Miles de cabezas
enojadas, encabronadas, no conmigo, con ellas, con el (des)orden mundial.
(Algo ocurre, todos
corren, 20 de noviembre a mi espalda). 15:00 horas, las filas se rompieron,
cientos corrían con dirección al interior del Zócalo. Encontraba amigos, les
perdía, corrí de la mano de mi amiga, corríamos libres y juntos (personas grabando, niños sonriendo, señoras
espantadas), fuimos parte de uno de los portazos que valientes personas
iniciaron.
A las 16:00 horas había abandonado toda esperanza de
rencuentro con los amigos que deje en el camino. Recorrí la plancha para buscar
el mejor lugar y acomodarme con calma. Ya sin batería en el celular y sin
compañía, me dispuse a esperar que dieran las 20:00 horas. Por fortuna una
compañera me encontró y juntas, esperamos ansiosas que los 90 metros de
pantallas mostraran un cielo estrellado.
Con “Speak To Me” iniciaba la aventura musical que no golpeó
el ánimo de quienes esperábamos ver el espectáculo y escuchar el trabajado del
bajista de una de las bandas más legendarias de la música contemporánea. A lo
largo de 24 éxitos de Pink Floyd, Waters y la banda que le acompaña cautivaron
a más de 170 mil personas, según reportes oficiales. A través de mensajes políticos e
imágenes alusivas a los diferentes grupos en resistencia a lo largo del globo, los
ahí reunidos gritamos consignas, bailamos, brincamos y sobre todo, nos mojamos.
“Eclipse” parecía el final del concierto, sin
embargo el británico no se despidió sin una última canción y por supuesto, dio
lectura por tercera ocasión a un emotivo mensaje que invita al jefe del
ejecutivo de este país a escuchar el clamor de las personas que gobierna.
“…Señor Presidente, la
gente está lista para un nuevo comienzo. Es hora de derribar el muro de
privilegios que divide a los ricos de los pobres. Sus políticas han fallado. La
guerra no es la solución. Escuche a su gente, Señor Presidente. Los ojos del
mundo lo están observando.”
Foto: Tomada de Sopitas
Salir de poco más de dos horas de concierto por una pequeña calle fue más complicado que ingresar o levantarse temprano para tener un buen lugar. Cientos de policías acordonaban las calles y entorpecían el paso. Arbitrariamente ciertas estaciones del metro se encontraban cerradas al igual que algunas calles en las que vallas humanas de elementos de seguridad impedían el paso.
Por fin, alrededor de las 23:20 horas, cansada, extasiada, con lágrimas aun en los ojos y sin poder dejar de tararear “Hush now, baby, baby, don't you cry, Mama's gonna make all of your nightmares come true”, encontré la estación de metro San Juan de Letrán y pude por fin encaminarme a casa.
Ya en la estación Buenavista del tren suburbano, al filo de la media noche, cientos de habitantes del estado de México que asistieron al concierto recargaban sus tarjetas de ingreso. 23:09 el penúltimo tren se retira. 23:20 me dispongo a esperar el último convoy en la primera puerta de acceso. (Estimados usuarios, se les informa que este es el último tren, gente corriendo, saltando vallas de seguridad, policías enojados) ¡Aquí también dieron portazo!
Sentada en mi asiento reflexioné sobre lo vivido. Pensé que un 1 de octubre pero de 1931 Clara Campoamor y su discurso en las cortes españolas, como parte de la primera ola del feminismo, les dio a las mujeres la posibilidad de elegir a sus representantes y ser elegida. Pensé que un año atrás me encontraba con mis amigos departiendo en la casa del tatuador y que por la noche encontré en el autobús de regreso a casa encontré a la amiga con la que corrí libre para hacerme de un buen lugar en un mega concierto. Y también empecé a pensar en la mañana del 2 de octubre.
(Volví a la tierra) La adrenalina terminó, la intransigencia, la rebeldía, la furia, el éxtasis serían ahora encausados a recordar a los cientos de muertos y desaparecidos de un régimen económico, político y autoritario que lacera lo más profundo: la vida.
Ya en casa, cenando mientras platicaba con papá, pensé lo terrible que fue para miles de padres no volver a saber nada de sus hijos, que aunque comunistas, no merecían morir a manos de grupos sanguinarios sedientos de lo más vano: dinero, poder.
Compañerxs 48 años más tarde la rebeldía no se nos queda en un concierto y el puño en alto. No se queda en las pintas por la calle o los rostros enardecidos. La rebeldía les recuerda y les vive cada día, porque para nosotros, para los golpeados, las apestadas, les rares, los comunistas, las anarquistas la lucha es vida: ¡2 de octubre no se olvida!


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