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Para volver a escribir, para soltar los dedos, pensé en ti


A las 6:42 me hiciste falta, Karen, apenas pude recordar tu nombre cuando me dispuse a escribir estas letras. Te colaste ayer entre las noticias que releía en muros electrónicos interminables. Como todos los días hice de tripas corazón y no me fijé en el encabezado o en la fotografía que compartían, no es que no me importes, es que no puedo una vez más verme muerta en tu rostro, verme mutilada, violada, vejada, asesinada.

Porque después de la primer mujer embolsada que vi sentí que ya no tenía miedo, que ya no tenía ni ganas de vivir, que ya nada me haría llorar de esa forma de nuevo. Después del vómito en algún baño, después de las lágrimas atoradas y la garganta reseca, creí encontrarme como una esponja seca.

“Una buena muchacha, decente, de casa no debe salir”, tres acordes y la voz del cubano fueron suficientes para que brotaran los años de sentimientos amordazados, los años de rabia contenida, que recibe una pequeña válvula de escape cada vez que camino con mis hermanos y hermanas por las calles de mi ciudad exigiendo justicia para, cada día, una causa diferente, un atropello diferente. A las 7:02 te lloré.

Karen te asesinaron y los encabezados dicen que te encontraron muerta. Fátima, María, Juana, Camila, Paula, Ana, Lucía, Montserrat, cada día un nombre distinto, un asesinato distinto, un feminicidio distinto.

“¿Cómo se escribe de amor cuando hay tanta muerte?” rapeaba un compañero esta semana. “¿Por qué no mejor nos vamos todos a la chingada?” escribió quien te trajo a mi mente.

¡Si ya estamos en la chingada! Ya llevamos años recorriéndola y no termina, porque la chingada empezó con las vejaciones del patriarcado y terminará hasta que este caiga. De amor escribimos porque lo construimos, aun en este desierto le edificamos acciones como mezquites.

(Aquí ya perdí a la mitad de mis lectores porque utilicé la palabra de las feminazis, otro día me peleo con el torpe concepto)

A las 9:20 me enfrasqué de nuevo en una discusión, no nueva, bastante discutida. “Tú eres tan autoritaria como ellos” dijo. Monté en cólera. ¿Cómo me comparaba con los nazis? (feminazi) ¿será estúpido? Pero si lo que yo quiero es un mundo en el que la vida sea respetada, la vida digna, los dignos sentimientos, (Karen) la digna indignación, porque en este mundo que tenemos ahora no hemos logrado estar todos parados en el mismo piso. Que ¿por qué no salgo a dar clases? Porque mis conocimientos no le son útiles al mundo, o eso me han hecho creer, o solo creo que creen que no creo… (autoritarios, nazis) me volví a enmarañar. Reproche tras reproche, el sello de una vida donde el amor ocupa el segundo lugar justificado con la falta de comida en la mesa. Disonancia vociferada en la sala de la casa de los padres.

“Otro mundo es posible”.

No dejes de sonar en mi mente, de estar tatuado en la espalda de mi amiga, en los posters de la recamara de otra hermana, en los cuadernos de los universitarios y en las oficinas de las doctoras en sociología, o en diseño. No dejes de estar presente.

Karen, por ti y por todas, por las que aun no nacen y por los que hoy deciden no atacar a nadie más, otro mundo se hará posible, lo haremos posible, lo tenemos que construir como el camino al horizonte, aunque este se aleje cada vez que avanzamos hacia él.

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