Al llegar el sábado por la tarde al “Mercado del Carmen” en Cuautitlán Izcalli, Edo. de Méx. me pude encontrar con un panorama conocido y semejante a muchos otros que he recorrido en distintos estados de la república mexicana., un mercado común y corriente, con sus distintas secciones, desde las papelerías, pasando por los pequeños y grandes expendios de materias primas, los locales de películas “pirata” repletos de compradores atraídos por los carteles Música en notas,escritos en cartulinas de colores fosforescentes con frases como: 1 en $20 y 3 por $50., atravesando por las tintorerías y los baños públicos, que no pueden faltar., así llegué a la zona de mayor concentración de gente, llegué a los puestos de: frutas, verduras, carne, pescado y pollo., con su respectiva distribución establecida por los locatarios.
Al llegar a esta zona inmediatamente pude reconocer olores tan distintivos de un mercado pero tan difíciles de describir, casi podría definirlo como: una mezcla de chile con agua estancada, pollo y basura., es un olor tan distintivo que inmediatamente podría reconocer un mercado aún así fuera vendada de los ojos.
En cuanto entré a la zona de mayor importancia del mercado, inició la “fiesta” de color y alegría, desde los vendedores del centro del lugar ofreciéndote pruebas de las frutas de temporada y los vendedores de mole y especias que acomodan los costales de frijol, y chile., le daban un colorido y una vida especial al recinto., algunos puestos con música, otros con la televisión encendida, algunos más simplemente con el sonido ambiente de sus cargadores, vendedores, cobradores y ayudantes que con la memorable frase de:
“¿Qué va a llevar güerita? ¿Qué le doy?”
Logran hacerse más notorios y sobresalen por la aglomeración importante de “marchantes” que buscan abastecer su “mandado”.
Mientras avanzo por el mercado logro percatarme de la concurrencia que tienen los puestos, y me pregunto: ¿Por qué si la señora de enfrente vende los mismos productos con los mismos precios, el de los señores de enfrente está repleto y el suyo vacío?, así que me dispuse a observar con especial interés aquellos dos puestos principales de verdura situados casi en el centro del lugar.
Llegaban familias enteras al puesto de los señores, llegaban personas solas, y mientras tanto el puesto de la señora permanecía vacío o casi vacío a excepción de 2 o 3 personas que se aventuraban a comprar, o que ya tenía “amarchantadas”, y fue ahí cuando noté la diferencia., al puesto de los señores no llegaban más personas por su lugar en el mercado, ni por los mandiles de mezclilla con verduras y frutas bordadas en el centro, si no que llegaban y aumentaba el número de personas por el trato que se les daba., si, entre más les gritaban:
“¿qué va a llevar?, llévele, llévele, ¿qué le doy reinita?, pásele, pásele güero”
Más gente compraba en el lugar.
Estos hechos me llevaron a la hipótesis de que: entre más halagos y preguntas se les haga a los compradores, mayor es la venta y éxito del puesto en cuestión.

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